Si no me gusta el caviar, no significa que sea una niche. Mi paladar no se pone en esas boludeces, ni tampoco repara el billete que costó o en qué restaurante me lo comí. Comer es un placer, aquí y en la China, comas lo que comas. Es un placer zamparte senda reina pepiada como también lo es comer calamar a la romana. No se en qué momento sustituimos los placeres básicos por aquellos que solo complacen nuestro status. Como si diera mas placer ordenar el plato mas caro del menú (con las cejas arruchaditas hacia arriba) que sencillamente comérselo. Es como si nos diera más satisfacción que nos vean comer algo caro, que ordenar aquello que realmente nos gusta. Eso es absurdo, que digo absurdo… ¡estúpido! En ese aspecto si soy bien rajada, no ando pendiente de semejantes pendejadas, me da piquiña pagar cantidades exorbitantes por una degustación, a veces siento que no encajo en una ciudad que considera normal dispendios innecesarios por comida. No que va. Hay algo, hay algo curioso (e idiota) que nos hace pensar que nuestros gustos nos dan caché. Y eso es un fenómeno que merece una investigación más exhaustiva que estas miserables líneas. Alguien debería investigar mas a fondo, sentarse a pensar el por qué y el cómo, mientras se jarta un pan con chiwí.
Λττ: Mëësh✖elle
,___,
[O.o] ˇ
/)__)
-“—“-